miércoles, 19 de agosto de 2009

Mia città, my city, meine stadt, mi ciudad.


De que me sirve tomar el tren a las 4y30 de la tarde, buscarte bajo la lluvia, entre portales y paginas de literatura argentina, en los reflejos de las vitrinas que dan solo la imagen de tres atardeceres, en los multiples espejos a mis espaldas. De que me sirve caminar por boulevares ataviados por sombras, paraguas y sonrisas muertas y cruzar los caminos ahogados de una instantanea Venecia, con el último suspiro de un sol nadando en grises nubes. De que me sirve seguir esos ojos sin definición que siguen a aquella mosca que marca a su vez lineas inteligibles en el eter de una habitación. De que me sirve tratar de entender los tormentos de mariposas invisibles en mi estomago, dime, de que me sirve amarte mujer, ciudad mía multicolor.

Entonces llegas. Simple, blanca y perfectisima. Llegas y el tiempo deja de ser tiempo. Llegas y todo deja de ser lo que es para ser otra cosa, cosa que no logro a comprender pero que basta con ser para derrumbarme, destruirme y crearme en tus manos blancas, ciudadela hermosa, pequeña troya que anhelo conquistar. Puntos, comas y palabras, perras circunstancias de protocolo que nos unen ahora, entre puentes colgantes de recuerdo, miradas y suspiros. Capaz luego sean tus manos, tus ojos de cristal, tu cuerpo que es ciudad, que es Caracas, Roma, Viena o París, que es tu y yo, donde cada parte, cada esquina tiene nombre de amor y sus habitantes son italianos circunstanciales que de momento hablan español, hasta que sueltan el je t'aime y tus labios que chocan con los mios, por esas extrañas contracciones de las cosas.

Pero sigue escuchando mujer, imagen de oscuridad que separa dos cuerpos desnudos en el aire, en el espacio, y el reflejo de la ciudad en el lago, con todas sus luces y colores floreciendo como magnolias bajo el cielo frondoso en aglomerados y puntos titilantes. Imagen turbia que tiembla como yo, atrapado en tus alados brazos de cenicienta, con una fiebre incontrolable que rompe mis huesos y oscurece mi alma, quemandome de dentro hacia afuera en un delicioso delirio de olores y sensaciones.

Porque más de una vez te lo he dicho atardecer; Yo he caminado infinidad de ciudades, he visitado sus bares, sus cuerpos. He atravesado su multiplicidad de tristes tuneles marchitos. He tocado cantidad de senos de girasol y labios de celofan, tan ajenos, tan insignificantes, dejando un oscuro y tormentoso vacio que cercena en mi alma de transeunte. Hasta que tú, lluvia mía, y yo nos encontramos entre personas, entre ciudades imaginadas, entre prejuicios y sonrisas y un azar extravagante de bifurcaciones que no alcanzo a comprender me hizo enamorarme del hotel que me hospeda, en el centro de tu mirada.

Y te amo, ciudad mía, en todos los idiomas, en todos los bares, en todos los tiempos y en todas las rosas.

1 comentario:

  1. ah, ram!!
    Excelente, je l'aime de trop!
    Y debo decirte, darling, que noto una diferencia ahora en este escrito. Siempre ciudad, mujeres y amor, pero ahora huele a café (como todo lo que escribes) y también a rosas.
    besos!

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Caracas

Caracas
fatal y hermosa muerte de las cinco de la tarde