miércoles, 20 de mayo de 2009

Divagando por mi ciudad (aforismos de un extraviado)


Tal vez tengas razón, seré un terrible ególatra sentado en su trono celofanado de autoproclamación, algún Fausto moderno o Prometeo sin causa (pero con dos cuervos), capaz algún Príamo imbécil que busca su propia guerra a expensas de un, digamos, “amor” absurdo (como todos los amores cabe apreciar), Si, tal vez tengas razón, tonta Helena de Troya, Helena de Caracas. "El alacrán clavándose el aguijón, harto de ser un alacrán pero necesitado de alacranidad para acabar con el alacrán..."

-Retrato de Hélene morenamente seda, canto rodado que en la palma de la mano finge entibiarse y la va helando hasta quemarla, anillo de Moebius donde las palabras y los actos circulan solapados y de pronto son cruz o raya, ahora o nunca;... Hélene respiración del mármol, estrella de mar que asciende por el hombre dormido y sobre el corazón se hinca para siempre, lejana y fría y perfectisima... (La sombre de Hélene es más densa que las otras y más fría; quien posa el pie en sus sargazos siente subir el veneno que lo hará vivir para siempre en el único delirio necesario.) El diluvio es antes y después de Hélene; todo teléfono espera escorpión gigante, la orden de Hélene para romper el cable que lo ataba al tiempo, grabar con su aguijón de brasa el verdadero nombre del amor en la piel del que todavía espera tomar el té con Hélene, recibir la llamada de Hélene. (De 62/Modelo para armar).”

/ No se qué día es cuando te digo esto, ya que al parecer el tiempo juega con nosotros (o viceversa), capaz hoy nos estamos conociendo, capaz es otra despedida, capaz ya no nos hablamos o tal vez no nos hemos visto nunca, la verdad ni se, pero las hojas siguen cayendo hartas de su ocre existencia.

-Es terrible verte hoy que aún no te conozco, pero saber que ayer nos dejamos y que tal vez te encuentre un día, que tal vez te mire y arroje una leve caricia en ese rostro hermoso, pero ya nos habremos alejado y aún no nos hemos visto por primera vez-

Y Siempre terminas tú, montándote en uno de los metro-bus que tanto esperamos y yo bajo algún portal, bajo algún café, pensando en cosas absurdas, en si en Austria tendrán galletas de avena o sí habrán monociclos enormes en Paris, en perezas cerezas sin tabaco y fractales; o incluso caminando bajo la lluvia de Caracas,

como ayer, (digo ayer por convención, ya que puede ser que pase mañana o en once días) que el cielo se desplomó con fuerza mientras caminaba con alguien en el paseo del otoño (al que tanto te he invitado/ al que tantas veces te has negado a ir), fue excelente la verdad, es genial la lluvia a las cinco de la tarde, más cuando tú te has ido, le da una especie de simbolismo absurdo que me gusta apreciar, porque como te dije, me estoy volviendo metafísico, o poeta, que se yo. Y entonces creo que todo es una estructura falsa, bajo cada banco, bajo cada pie, hay un fractal terrible de coincidencias, una sustancia lejos de ser densa, compleja e irreal causalidad esquimal de las esquinas y las rosas de pétalos imaginarios, que conspira para encontrarte y alejarte, Para fatalmente traerte y Perderte (con mayúscula evidentemente)

Y se levantaba cada vez más del árido suelo bohemio la muralla de Buitrago. A cada paso del ejército de doradas espadas, a cada latido de falaces corazones, se acercaba más el tiempo de una batalla inexistente en lo que llamaban realidad, gigantesco muro protector de aquella ciudad de oro y amalgama, protector de caminos de piel morena y sedosa, de túneles oscuros, de profundidad absoluta. Y nuevamente Zeus era seducido por las bellezas terrenales, por una dama mítica de negros cabellos y desafiante mirada de amante, de locura y tristeza, de miedo y duda acosadora. Pero bien se sabe, que no solo aquel mítico dios calló victima de su atormentante aroma, porque muchos desdichados mortales fueron también testigos de la muerte y vida en un suspiro, de florecimiento instantáneo y ocaso irrisorio como el aliento del fosforo que crece magnífico pero vulnerable a la más mínima caricia del aire opaco de la ciudad. Luego el susurro de la tarde nos cuenta de una batalla lejana y silenciosa donde se ven luchar dos cuerpos a lo lejos, en una arena manchada con sangre de poetas y flores, luchan de espaldas el uno del otro, entre descuidos e ignorancia, uno victorioso antes de comenzar (totalmente inocente de lo que ha ganado, del mundo que tiene entre manos) y el otro, conocedor de su destino, de su derrota inminente, sigue en pie ante aquella muralla de cristal, ante aquellos ojos que lo miraban distinto esa tarde, esos ojos tuyos, terrible túneles oscuros que atravesaban mi alma como el sol cuando destruye las sombras magnánimas de los arboles, esa mirada de otra mujer, una totalmente desconocida por mí hasta ahora, cantante de verdades, vociferante de la sinceridad exigida tantas veces y ocultada sin motivo alguna bajo un racimo de claveles rosas dado por mí en algún instante.

, Y el cuerpo tendido de aquel amante, rodeado de pianos destrozados y poesías inconclusas, sin tristezas o felicidades, solo allí, sin nada más, caminando por el pasillo de otoño.

-Porque ese día te conocí nuevamente, ese día me hablaste como nunca lo habías hecho, me miraste con unos ojos más oscuros de lo normal y alguna árida brisa que arrasaba los segundos de mi reloj. Era una mirada que anhelaba ver, pero que fuese preferido no presenciar nunca, era hacerme un autorretrato y obstinado de la imperfección de aquella zona, debía arrancarla de raíz como aquel pintor neerlandés; era haber buscado esa fuerte hostilidad para después arrepentirme ciegamente, sentirme mutilado por el hacha de algodón que clavabas en mi espalda (que yo clavaba, porque vos no haces nada, totalmente ajena a todo), mientras yo callaba y disfrutaba en silencio (desde un punto de vista irónico y absurdo) la muerte de algo que nunca debió haber nacido.

Oh Helena, capaz debes sentirte culpable de aquellas batallas inútiles, pero es completamente absurdo, tu no tienes nada de culpa, deja de disculparte que todos están perfectamente; te lo digo yo, que estoy completamente feliz, que te quiero y no me haces falta, que te busco sin quererlo y me arrepiento por molestarte, que me has convertido en lo que soy, un escritor melancólico y aguerrido que te besa apasionadamente con palabras y tal vez te busca por interés, para seguir destruyendo la literatura con caricias poéticas, no lo sé. Pero te busco mujer de ciudades vagas, hasta que llegue el día en que nos conozcamos, porque ayer te dejé de escribir y capaz mañana te vea por primera vez en esta ciudad de metros y teléfonos públicos.

Se observaba el camino de otoño y la tristeza de las hojas suicidas que adornaban el espacio, arto de tanto euclidianidad aparente y simplismo absurdos. Se observaba a aquel joven sentado entre humo y café, cansado de las cuarenta y dos batallas, que miraba las nubes, esponjosos y fríos cúmulos grises, pensando en aquella mujer que se aleja, sobre elefantes motorizados.

domingo, 17 de mayo de 2009

Hoy nos dejas Che.


-Hoy nos dejas.

Un día de lluvia en la incansable ciudad de Caracas, terrible día en que una flor amarilla se quema con las gotas bajo un paraguas de palabras y el ocaso de un poeta opaca los suspiros de los amantes.

// Cada día de estos es un quiebre en la belleza natural de las coincidencias, una terrible i-rrealidad y un mundo menos hermoso, menos simétrico, menos amante y menos primavera -Porque ahora se quebraron el resto de las esquinas- y nos quedamos de este lado del espejo, sin vos, que cruzas a aquella otra i-rrealidad y nos dejas, sin angeles amantes, sin palabras caminantes, sin flores amarillas. Amargo día para las mariposas.

( Porque un cronopio más se va y muchos nos quedamos más solos, nos sentimos más solos en este mundo hostil de terrible perfección. Te vas hoy, oh hermoso poeta Uruguayo, hermoso mar de palabras e imágenes, que cruzas el borde de las ciudades y te alejas, dejando atras semáforos y edificios. )

Triste yo, Tristes mis palabras, tristes mis cigarros y mi café, triste el tiempo y todo lo demas que debe tener nombre. Palabra, palabra, palabras. Hoy nos dejas che. Nos dejas.

Paseo de la mirada



El zumbido del ventilador adornaba la opaca habitación, sonido hueco que llenaba el espacio.

Sentía en sus cabellos las delicadas caricias del aire empujado por las oxidadas aspas, suavemente rechinantes. Se dejaba llevar por su funcionamiento, en como una hélice giratoria disloca una determinada cantidad de sustancia fría en un volumen específico de nada. Imaginaba las columnas etéreas de colores amargos chocando intensamente con su rostro y el reflejo dulce pero incomodo de la lámpara en sus ojos, cada vez que ese ángulo preciso de una de las aspas.

Entonces era la lámpara, colgante de cadena ligera y fina, oscilante en el vacio de ideas, amarilla sustancia que provenía de algún hilo en llamas, incandescente plasma que mancha toda la pequeña habitación con sombras deformadas del cuerpo original. Luego, la mirada que corre a la cama, pequeña, sucia, des-tendida, dobleces amplios y los rastros de ella, su figura marcada entre telas, aún ese aroma corrupto. Luego las copas a la izquierda, vacías ya, dejaban una marca en su triste existencia. El cenicero gris, elegante, con esa sencillez característica que ella solía apreciar, rebosante de cenizas, absurdas cenizas del pasado.

La pequeña ventana a la izquierda por la que entra el rumor de una Caracas cansada, que susurra lo último de su día. La irónica sonrisa de esa luna, oculta a medias por aglomerados grisáceos -tan grises como aquel cenicero- resalta entre ese fondo oscuro, denunciante de tanta hostilidad.

Y la mirada cae. El suelo, color frío y aquellas cerámicas tan de mal gusto. La entrada del baño a su derecha, pequeña puerta, deteriorada por el arduo trabajar de algunas termitas, el marco de esta, viejo y agotado, sostenía el peso de aquel techo oblicuo y denso, la manecilla marcada con el sabor a oxido y solo se alcanzaba a ver la base del lavamanos, lo demás del baño, tragado por la oscuridad.

Sin más nada a su derecha gira un poco el cuello. Las paredes, tristemente decoradas con la saliva del modernismo, una que otra telaraña en alguna esquina superior, mientras el borde inferior, limite de una dimensión a la otra, oculto entre restos de polvo oscuro.

Nuevamente baja la mirada y la sombra de la silla que temblaba. Observaba las alargadas patas vibrantes impresas en el suelo, siguiendo su forma hasta llegar a la madera, subir por unos centímetros y encontrar una tabla, la base de la silla y los pies fríos.

El peso del cansancio se posa en sus parpados, estira ambas brazos, totalmente perpendiculares a la línea que dibuja su tórax, gira las muñecas y tuerce los dedos, intentando agarrar un poco de esa nada densa de la que se compone el espacio. Suspiro agotado, aire que recorre sus pulmones, la mirada fija nuevamente en el ventilador, el zumbido opaco, el reflejo de la lámpara, la silla que choca con el suelo, la imagen de sus pies -siempre fríos- que pendulan delicadamente sin apoyo y el rechinar de la cuerda con alguna viga superior del techo gastado, cuerda que abrazaba su cuello.

fumandote


Sentado con la espalda posada en el respaldar de esa silla incómoda, toma cada curva de ella con la sutileza precisa que amerita tal sensualidad, la recuesta suavemente en la mesa rozando cada centímetro de piel delicada, tibia, calor imperceptible al tacto pero sensible al oído, con un movimiento hipnótico, terriblemente romántico.

Envuelve lentamente las piernas largas mientras dibuja la silueta de las caderas con el lápiz de sus dedos, subiendo lentamente desde el vientre, hasta el resplandecer de los senos y ahogandose en rulos cabellos cafés que se posan sobre las esquinas. / Continúa el proceso de envolver su cuerpo hecho para ser envuelto, cubierto ya por completo.

Levantada de la mesa, se encienden sus cabellos con la llama danzante de su yesquero, se quema ella dentro de él y absorbe cada instante de su pasión, cada bocanada de humo que atraviesa su garganta, llena los pulmones y escapa por la nariz. Suspiros ahogados en las espirales ondulantes de su figura ardiente, en los dedos largos de él, que toman sus caderas envueltas, envueltas por él y por ella. Espirales oscilantes en el espacio enrarecido.

Instante perpetuo, humo amargo que se escapa de la boca y pasa por la otra con el dolor característico de un suspiro a media noche bajo la tenue luz de los pensamientos.

// -Terminado ya el respiro, última bocanada consumada, luego de haber fumado a la mujer, se recuesta por completo en un sillón y observa la sonrisa de la luna con el cenicero volcado.

Caracas

Caracas
fatal y hermosa muerte de las cinco de la tarde